A propósito de Ángeles de Fuego (1) de Gigia Talarico
Juan Murillo Dencker
(Santa Cruz, Bolivia, 16 de Octubre del 2005)
"A quien lee lo nuevo, lo primigenio, lo imprevisto. Solo nosotros somos el rostro de nuestro tiempo". Este epígrafe fechado en Diciembre de 1912, iniciaba el futurismo ruso, firmado por Vladimir Maiakovsky (2) y otros contemporáneos, el documento imperativamente exige: "Ordenamos que se respete el derecho de los poetas":
Conocí Ángeles de Fuego, en condición favorable, la del lector irreverente que utiliza el dedo índice como el navegante extraviado contempla la aguja de una brújula en un mar de ondas magnéticas. El índice lucha por convertirse en anular y facilitar la doble función de señalar y descalificar.
La idea del magnetismo es esa fuerza invisible que atrae y repele, según el polo con que el lector aproxima su yo intimo a la poesía.
Sin embargo de parodia o metáfora, la poesía se instala a partir de una ceremonia exequial iniciatica (3), donde las letras yacen descompuestas, en la vigilia de una ventana, exhumando palabras que re-nacen a flor de papel (léase: piel) (pg.15).
En un mundo hecho de sensaciones, Ángeles de Fuego, no repara ante lo conceptualmente bello o por antítesis en lo feo, lleva hacia una condición (mise-a-feu) donde funde cuerpo y espíritu a temperaturas marcadas por lo onírico, develando la experiencia sensual, de lo burdo, a cambio de una estructura poética bi-textual entre ambas entidades, el Eros simbólico y unitario justifica la presencia de un ángel de fuego (pg.69).
T. S. Eliot decía: "Si la poesía es una forma de "comunicación", lo que se comunica es el poema mismo y solo incidentalmente la experiencia y el pensamiento que se han vertido en él. El poema tiene una existencia que está entre el poeta y el lector, .... " (4). Es aquí donde reside el ethos de la construcción literaria, a manera de espejo interno auto-reflexivo del contexto subyacente. De tal suerte que se logre exorcizar los fantasmas propios o incluirlos para causa propia.
Por otra parte, Maiakovsky afirmaba y firmaba en su mencionada declaración que: "Quien no olvide el primer amor no conocerá nunca el último" (5), entonces quien no conozca el primer poema de Ángeles de Fuego no conocerá él ultimo y, descubrir esa existencia tan adecuadamente descrita por T.S. Eliot en el terreno desafiante de Maiakovsky.
Finalmente el lector como decodificador es libre de asociar textos mas o menos al azar, limitado únicamente por su idiosincrasia individual y cultura personal, diría Roland Barthes en su obra, El placer del texto (1974) (5).
NOTAS
(1) Gigia Talarico, Ángeles de Fuego, Torre de Papel, Colección Poesía, Santa Cruz, Primera edición.
(2) Vladimir Maiakovsky, Poesía y Revolución, Ediciones Península, Barcelona 1974, pág. 11.
(3) "Hay un poema/ enterrado en el jardín./ Un pájaro vela/ paciente mi ventana/ y de la tierra brotan/ las palabras." G. Talarico, pagina 15, Ángeles de fuego.
(4) T.S. Eliot, Función de la Poesía y función de la Critica, Seix Barral, Barcelona, 1968, pág. 41.
(5) Roland Barthes, The pleasure of the Text, Hill & Wang, New Cork, 1975.
Juan Murillo Dencker
(Santa Cruz, Bolivia, 16 de Octubre del 2005)
"A quien lee lo nuevo, lo primigenio, lo imprevisto. Solo nosotros somos el rostro de nuestro tiempo". Este epígrafe fechado en Diciembre de 1912, iniciaba el futurismo ruso, firmado por Vladimir Maiakovsky (2) y otros contemporáneos, el documento imperativamente exige: "Ordenamos que se respete el derecho de los poetas":
Conocí Ángeles de Fuego, en condición favorable, la del lector irreverente que utiliza el dedo índice como el navegante extraviado contempla la aguja de una brújula en un mar de ondas magnéticas. El índice lucha por convertirse en anular y facilitar la doble función de señalar y descalificar.
La idea del magnetismo es esa fuerza invisible que atrae y repele, según el polo con que el lector aproxima su yo intimo a la poesía.
Sin embargo de parodia o metáfora, la poesía se instala a partir de una ceremonia exequial iniciatica (3), donde las letras yacen descompuestas, en la vigilia de una ventana, exhumando palabras que re-nacen a flor de papel (léase: piel) (pg.15).
En un mundo hecho de sensaciones, Ángeles de Fuego, no repara ante lo conceptualmente bello o por antítesis en lo feo, lleva hacia una condición (mise-a-feu) donde funde cuerpo y espíritu a temperaturas marcadas por lo onírico, develando la experiencia sensual, de lo burdo, a cambio de una estructura poética bi-textual entre ambas entidades, el Eros simbólico y unitario justifica la presencia de un ángel de fuego (pg.69).
T. S. Eliot decía: "Si la poesía es una forma de "comunicación", lo que se comunica es el poema mismo y solo incidentalmente la experiencia y el pensamiento que se han vertido en él. El poema tiene una existencia que está entre el poeta y el lector, .... " (4). Es aquí donde reside el ethos de la construcción literaria, a manera de espejo interno auto-reflexivo del contexto subyacente. De tal suerte que se logre exorcizar los fantasmas propios o incluirlos para causa propia.
Por otra parte, Maiakovsky afirmaba y firmaba en su mencionada declaración que: "Quien no olvide el primer amor no conocerá nunca el último" (5), entonces quien no conozca el primer poema de Ángeles de Fuego no conocerá él ultimo y, descubrir esa existencia tan adecuadamente descrita por T.S. Eliot en el terreno desafiante de Maiakovsky.
Finalmente el lector como decodificador es libre de asociar textos mas o menos al azar, limitado únicamente por su idiosincrasia individual y cultura personal, diría Roland Barthes en su obra, El placer del texto (1974) (5).
NOTAS
(1) Gigia Talarico, Ángeles de Fuego, Torre de Papel, Colección Poesía, Santa Cruz, Primera edición.
(2) Vladimir Maiakovsky, Poesía y Revolución, Ediciones Península, Barcelona 1974, pág. 11.
(3) "Hay un poema/ enterrado en el jardín./ Un pájaro vela/ paciente mi ventana/ y de la tierra brotan/ las palabras." G. Talarico, pagina 15, Ángeles de fuego.
(4) T.S. Eliot, Función de la Poesía y función de la Critica, Seix Barral, Barcelona, 1968, pág. 41.
(5) Roland Barthes, The pleasure of the Text, Hill & Wang, New Cork, 1975.
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