POR FRANCISCO VÉJARA los diecisiete años, Jean Arthur Rimbaud escribe la “Carta del vidente”, dirigida al poeta Paul Demeny. Allí afirma: “Yo digo que hay que ser vidente, hacerse vidente por medio de un inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”, entregándose a “todas las formas de amor, sufrimiento y locura”. Con esa misiva sentó las bases de la poesía moderna y lo que más tarde sería el surrealismo. Entre sus contemporáneos, Paul Claudel lo llamó “un místico en estado salvaje”, y Paul Verlaine lo describió como un adolescente de “ojos azules y suelas de viento”. Sin embargo, su madre no era partidaria que consagrara su tiempo a la literatura. El 4 de mayo de 1870, le manifestó a su profesor, Georges Izambard: ”Hay algo que no puedo consentir, por ejemplo: la lectura de un libro como el que usted le dio hace unos días, Los miserables, de Víctor Hugo. Usted sabe, señor profesor, que hay que tener mucho cuidado al elegir los libros que uno pone al alcance de los niños”.
Cabe recordar que su padre era militar y vivía separado de su madre. Ella pertenecía a la pequeña burguesía y quería que su hijo tuviera una profesión y no despilfarrara su vida en los cafés y bares de París.
Finalizada su época bohemia, entre 1871 y 1875, en que escribió Una temporada en el infierno e Iluminaciones, Rimbaud vuelve a Charleville y se dedica a estudiar idiomas que le servirán para sus futuros viajes: español, italiano, ruso, árabe, alemán y griego. Pronto llegará el tiempo en que el autor de El barco ebrio, dirija sus pasos a Africa para transformarse, como dijo Henry Miller, “en todo cuanto había profetizado”.
EL INESPERADOEl mes pasado el mundo conmemoró los ciento cincuenta años del nacimiento de Rimbaud. En Chile, Enrique Lafourcade –después de tres años de intenso trabajo–, publicó en LOM Ediciones su novela El Inesperado, que da cuenta de los once años de Rimbaud en tierras africanas. Como las sincronías de que hablara Carl Gustav Jung, el primer ejemplar de su narración lo recibió el 20 de octubre, el mismo día en que nació el poeta un siglo y medio atrás. “Nunca he creído que los poetas envejezcan –exclama Lafourcade–; Rimbaud llegó convertido en un libro, cuando cumplía 150 años”.
Para componer su novela, le sirvieron de apoyo las principales biografías del bardo: Rimbaud (Tusquets, 2000), de Graham Robb; Arthur Rimbaud (Siruela, 2000), de Enid Starkie; y también le fue útil Rimbaud en Abisinia (FCE, 1997), de Alain Borer. Para Lafourcade era esencial “estar seguro de la primera parte de su vida, para ‘inventar’ la segunda, cuando ingresa al mundo sombrío, africano, islámico, abjurando de su existencia anterior”.
Fue el tiempo en Rimbaud quiso cumplir la promesa que se hizo a sí mismo en Una temporada en el infierno (1873): “tendré oro”. En ese libro adelantó sus intenciones, cinco años antes de su primer viaje a Africa: “He cumplido mi jornada; abandono a Europa. El aire marino quemará mis pulmones; me curtirán los climas perdidos”.
En el continente negro llevará una vida de nómada, desempeñándose en diversos oficios: obrero en Alejandría; capataz de cantera en Chipre; traficante de marfil, oro, cuero y fusiles en Arabia y África.
TRAS LA HUELLA DEL POETALa aventura africana de Rimbaud comenzó el 20 de octubre de 1878, cuando deja Charleville para atravesar los Vosgos y cruzar Los Alpes por el paso de San Gotardo. El 17 de noviembre llega a Génova y se entera que en Dijon el capitán Frédéric Rimbaud, su padre perdido tanto tiempo, ha muerto. Dos días después se embarca a Alejandría. De allí sigue a Chipre, donde es contratado por una compañía gala. Pasa un año. Se siente enfermo y vuelve a casa de su familia, en Francia. Pero en marzo de 1880 retorna a Alejandría. Es la partida definitiva. Vuelve a Chipre para trabajar como capataz en una fábrica. Más tarde, flanquea el canal de Suez, pasando por los puertos del mar Rojo: Djeddah, Suakin y Massaouah. Tras algunos meses desembarca en Steamer Point, en el puerto árabe de Adén.
Es un período clave, pues en ese momento empieza la narración de El Inesperado. Lafourcade usa las cartas que Rimbaud le enviaba a su madre desde África, para articular su novela. En ellas desaparece la huella del poeta y emerge el desolado hombre de negocios. En la carta fechada el 4 de mayo de 1881, escribe desde Harar: “En cuanto a mí, cuento con abandonar próximamente esta ciudad para ir a comerciar en lo desconocido. Hay un gran lago a algunas jornadas y está en el país del marfil; voy a intentar llegar allí. Aunque el país debe ser hostil”. Buscaba la redención y la libertad, pero sólo encontró el infierno. Harar era una ciudad sagrada del Islam. Allí llegaban los leprosos a pedir bendiciones y mercaderes de toda laya. “Los comerciantes andaban detrás de la sal –apunta Lafourcade–, que entonces valía más que el oro”. Se dice que en esa ciudad, Rimbaud contrajo la sífilis.
Generalmente se desplazaba entre Harar y Adén, en busca del café moka que vendía. En una carta despachada desde allí, el 14 de abril de 1885, declara: “Sufro de fiebre gástrica y no puedo digerir casi nada. Se vive horriblemente mal aquí. En fin, llevo la vida más atroz del mundo”. Pero, ¿quién es este inesperado? ¿Por qué busca fortuna? Es un hombre blanco, en la Etiopía negra. Su meta es ayudar a su familia abandonada por su padre. Y probarle a su madre que era capaz de trabajar y dignificar su nombre. En un pasaje de la novela, se lee: “Él iba a morir buscando ciudades (…). Era un sueño de alegría y de dolor; a medida que se acercaba al reino, éste se le convertía en la parda casa natal, cerrada, tapiada. Era el muerto intentando entrar a la casa muerta”.
DESEOS FRUSTADOSPese a todo, tuvo algunos lapsos de tranquilidad y quiso formar una familia. Se enamoró de una abisinia que en El Inesperado aparece con el nombre de Brisa o Mahadmi. Abdo Rimbo (como llamaban a Rimbaud en Etiopía) trata de civilizarla, enseñándole francés y modales europeos. Luego de vivir tres años con ella, el poeta la expulsó de su casa, dándole algún dinero para que regresara a su tribu. Pasa el tiempo y hacia el final de su existencia le surge el deseo de casarse. El 15 de agosto de 1890, le comunica a su madre y una hermana: “¿Podría llegar a casarme donde ustedes para la próxima primavera? (…) ¿Creen que pueda encontrar a alguien que consienta en seguirme en este viaje?”. Nunca pudo realizar su anhelo.
En El Inesperado se da una marcha interior de Abdo Rimbo, que acompañado solamente por Djami (su criado abisinio), ve derrumbarse todos sus sueños. Las cartas del final de la novela, revelan angustia e impaciencia. La recreación de época, entrelazada con la ficción, logran revivir esos once años de Rimbaud, en que va dejando atrás al “enfant terrible”. En 1890, un año antes de morir, le escribe a su madre: “Nadie en Adén puede decir algo malo de mí. Al contrario. Soy conocido como el benefactor de todos en este país desde hace una década”.
Su salud decae vertiginosamente. Padece de cáncer y de gangrena en una pierna. El 7 de abril de 1891, se traslada a Adén, donde un médico inglés decide repatriarlo a Marsella. Los doce días que duró el viaje, transportado en una camilla por el desierto, son un calvario. Lafourcade intenta introducirse en su pensamiento de esos últimos instantes y escribe: “Sí, mamá, no voy a abandonarte. Mamá, no abandonaré la casa. Ahora sí… nunca más”.