3.7.07

Le chat qui peche rinde tributo a Claudio Giaconi





Un minuto de silencio a la memoria de Claudio Giaconi, uno de los más importantes cuentistas chilenos del Siglo XX y de los albores del Siglo XXI.

En la fotografía Claudio Giaconi y Francisco Véjar, autor de esta entrevista inédita, en exclusiva para Le chat qui peche.
Santiago de Chile, Julio 3 de 2007

2.7.07

Claudio Giaconi de aquí a la eternidad

Claudio Giaconi (1927-2007) y la libre plática


FRANCISCO VÉJAR


Figura mítica de la literatura chilena por antonomasia. La publicación de La difícil juventud (1954), estremeció el ambiente literario local, señalándolo como el primero de su generación en renovar la narrativa chilena. Después dio a conocer: El sueño de Amadeo (1959), Un hombre en la trampa (Gogol) (1960), El derrumbe de occidente (1985) y etc. (2006). Preparaba varios libros, entre otros, Cuentos de este tiempo y de otro que reuniría relatos como Los hermanos, editado por la revista Fines Terrae, el año 1951. Su vida oscilaba entre el Cerro 18, ubicado en la comuna de Lo Barnechea y el Parque Forestal. Se le veía con frecuencia en el departamento de Carlos Cantuarias junto a sus inseparables amigos. La siguiente conversación se sostuvo con Giaconi, sin apremios y de manera cansina, apelando a la memoria.

¿Qué estás leyendo?
Estoy releyendo el Oblómov de Goncharov. Pienso que tengo rasgos de ese personaje, como también del protagonista de la novela Del tiempo y del río de Thomas Wolfe, cuyo nombre es Tom Gant que es la antítesis de Oblómov.

¿Cómo eran los miembros de tu generación?
Al hacer un retrato siempre hay un riesgo de traicionar al retratado. En el sentido que uno acentúa rasgos que tal vez para el retratado no son importantes como otros que el narrador pasa inadvertido. Recuerdo la inquietud de Carlos Faz. Su gran talento al pintar. Tenía una vena populista y una vena estrictamente abstracta. De esta vena abstracta, Jorge Edwards tiene en el living de su departamento, una de esas pinturas que reúne lo que señalé anteriormente. Ahora bien, de Alejandro Jodorowsky tengo un recuerdo temprano, antes de que yo conociera a Enrique Lihn. Jodorowsky dio una conferencia sobre mimos, en el Instituto Chileno Norteamericano de Cultura. Entonces para ilustrar una escena que reflejara el miedo, pidió que alguien del público lo expresara en pantomima. Me eligió a mí. Pasé adelante e hice mi mímica del miedo. Así nos conocimos y luego, a través de Jodorowsky tuve conocimiento de Enrique Lihn.

La obra que por esa época me impresionó al releerla fue La sangre y la esperanza (1943) de Nicomedes Guzmán. Sencillamente porque Nicomedes escribió su propia vida ahí. Él era un hombre del Matadero. Lo conocí personalmente. Escribía para Las Últimas Noticias. Estuvimos comiendo en un boliche, cercano al diario El Mercurio que estaba en Compañía esquina de Morandé. Era dipsómano y por lo mismo, hombre de bar y de gran conversación.

¿A quiénes más conociste por esos años?
Yo visitaba a Olegario Lazo Baeza, porque era amigo de su hijo, Jaime Lazo. Este último tenía facha de boxeador, pero con corazón de niño. Almorzábamos los domingos, en su casa de La Reina. También tuve trato con Luis Durand, el criollista. Tiene ese cuento maestro que se llama La Picada. Paralelamente frecuentaba a Pablo de Rokha. Para mí Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile (1949), es uno de los más grandes poemas que se han escrito en Chile. Con todo, él tiene otros escritos que son farragosos y masacotudos. Evidentemente no es un poeta exquisito o afrancesado. Es una fuerza de la naturaleza. Por ejemplo, las comidas que hacía se llevaban en una tinaja y el vino corría libremente.

¿Qué influjos reconoces en la factura de La difícil juventud (1954)?
Me interesaron ciertos narradores norteamericanos. Los llamados ‘Escritores duros’. Entre ellos: James Cain, William Saroyan y James Farrior. También me gustaron los escritores sureños: Carson Mc Cullers, Truman Capote, Tennesse William. Tennesse es una especie de Shakespeare moderno, con obras como El Zoológico de cristal y Un tranvía llamado deseo. Los escritores sureños, a mi juicio, fueron influidos por la novela rusa. Eso se trasunta en el alma de sus personajes.

¿Te apabulló el éxito que tuvo en la crítica La difícil juventud (1954)?
Sí, es cierto. Ahí está la clave del silencio de estos años. He publicado, pero de manera esporádica y en revistas, salvo El derrumbe de Occidente, publicado en 1985 y etc., aparecido en el sello editorial La Calabaza del Diablo; ambos libros de poesía.

Ya que hablamos de la década del cincuenta, ¿es cierto que apadrinaste a Raúl Ruiz?
En esa época se dedicaba al teatro y asistía a clases de leyes en la Universidad de Chile. Corría el año 1957. Entonces estrenó en una sala de la Universidad, en Pío Nono, una obra que se llamaba La Estatua. Consistía una especie de anticipo de teatro del absurdo. En la única escena, un escultor hace una estatua y luego la destruye a martillazos. Lo apadriné. Él tenía alrededor de 17 años.

¿Qué proyecto tienes en la actualidad?
Acabar mi novela F que es como El hombre sin atributos de Robert Musil, es decir que no tiene fin, pero mi propósito es seguir escribiendo. Son más de mil páginas las que tengo. Todo lo que escribo está inmerso en F, porque tiene relación con el universo de la memoria.

¿Cuál es para ti la misión de la literatura?
La literatura no es para entretener y hacer juegos de luces. Es para despertar las conciencias. Se puede hacer reír, pero con intenciones muy estructuradas, nada se deja al vuelo. Basta leer las obras más insignificantes de Nicolás Gogol o el teatro de Chejov. Él tiene un monólogo que versa sobre el daño que hace el tabaco y la conferencia la da un intelectual que no deja nunca de fumar. La gente se empieza a ir por la tos que les producía el humo. Eso prueba el humor ruso, del cual soy adherente.

¿Qué sensación tienes de los escritores en la actualidad?
Ahora el escritor pasa a hacerse notar. Se pone en vitrina, pero sin nada detrás. Son pura apariencia.

¿Cómo fue tu vuelta a Chile en 1990?
Llegué después de veinte años de ausencia. La última vez que estuve en Chile fue en 1970. Luego volví el año 1990. Sentí que no era el mismo país y llegué a experimentar la extranjería en mi propia patria. Me sentí más extranjero que en Nueva York, casi una basura.

¿Qué te gustaría hacer ahora?
Escuchar a Anton Bruckner e ir a tomarme un café al barrio Lastarria.